“Sal, agua, cempasúchil, pan de muerto, velas, cigarros, vino o y no se te olvide el café, a todos les encataba el café”, dijo mi madre por teléfono, refiriéndose a mis abuelos. Su atención distraída por el ruido fuerte y estridente que se escuchaba en el fondo.
Sigo preguntándole qué pertenece al altar; ansiosos por saber por qué esta tradición se ha mantenido viva durante tanto tiempo. Curioso por saber cómo logró retener todo este conocimiento después de dejar su tierra natal de México hace casi 30 años para emigrarse a Los Ángeles. Continúa enumerando artículos, pero a medida que la lista crece, empiezo a preguntarme cuánto se ha alejado la tradición de la práctica indígena original que se muestra en Cento América. Al presenciar el papel picado a 2700 millas de distancia, aquí en Washington DC, es evidente que el ritual existe mucho más allá de la cultura mexicana, transformándose junto con las comunidades que lo mantienen vivo.
Pero, ¿cuánto ha evolucionado esta tradición a lo largo de los años exactamente?
Antes de que los españoles colonizaran la región centroamericana, muchas culturas indígenas veían la muerte como otro capítulo de la vida. Su universo era dividió en tres secciones: el celeste, el terrestre y el inframundo. Los humanos solo expuestos a lo terrestre, mientras que los otros dos mundos estaban reservados para los muertos y las deidades. Cruzar era el objetivo final de la vida, por eso las culturas indígenas, como los aztecas y los toltecas, mantuvieron una relación íntima con la muerte.
Los orígenes del ritual del Día de Muertos se derivan de una celebración azteca de un mes de duración celebrada en agosto que honraba a los dioses del inframundo, Mictlantecuhtli y Mictlancíhuatl, la “dama de los muertos”. Tanto los vivos como los muertos se reunían para compartir una gran cena para conmemorar el comienzo de la temporada de cosecha. A los difuntos se les invita a dejar el inframundo para participar en las festividades, para poder comer y bailar con sus seres queridos. Para guiar a los muertos, se ornamentaron tumbas para iluminar sus caminos para que pudieran llegar a casa.
Tras la llegada de los españoles, se arrojó un manto de catolicismo sobre la tradición. Las festividades se comprimieron en 2 días: el Día de los Inocentes (Día de Todos los Santos) y el Día de los Difuntos (el Día de los Muertos). Sin embargo, la creencia de que los muertos podían cruzar y reunirse con sus familias se mantuvo firme.
Antes de continuar, le pregunto a mi madre si cree que los elementos que enumeró son una representación completa de mis abuelos fallecidos. Pero antes de que pueda responder, la interrumpen fuertes vítores en la distancia.
El partido ha terminado. La voz de mi papá se escucha por el receptor.
“¡Lo hicieron! Ganaron”, le dice a mi madre antes de coger el teléfono.
Eufórico y sin aliento, me dice.
“Coloca lo que quieras mijo, se trata más de la tradición de celebrar la memoria del difunto. Los materiales no nos definen. ¿Crees que tus abuelos querían que los recordemos por sus vicios?” Se ríe, pero tiene sentido. Es una tontería pensar que una vida entera se puede resumir en unos pocos artículos.
“Mira, tienes que entender que una vez que morimos lo dejamos todo atrás. Esa es la belleza de la muerte. Es el ecualizador definitivo. Independientemente de si eres rico, pobre, vives un estilo de vida extravagante o te dedicas a Dios, una vez que pasas, dejas todo eso atrás. La muerte es democrática, nos hace a todos iguales”.
Luego continúa a contarme que los mexicanos siempre han conocido esta conclusión. Había sido grabado en ellos por José Guadalupe Posa, un artista político mexicano famoso por retratar la vida cotidiana, pero en lugar de usar personas en sus composiciones, las reemplazaba con calacas. La Calavera Catrina, un esqueleto vestido con ropa de mujer lujosa con un gran sombrero de plumas de fantasía, es su pieza más famosa. Se burla de la clase aristocrática y de la gente que aspira a ser como ellos, hambrienta de mostrar su riqueza para cimentar su estatura en la sociedad.
Prosigo y le pregunto a mi padre cómo le gustaría que lo recordemos después de su fallecimiento. Y de nuevo, sabiamente me dice, “eso depende de ti, no de mí …” y continúa explicando, “… la gente muere dos veces: la primera es cuando tu alma abandona tu cuerpo, y la segunda es en el momento en que te olvidan. Espero haber hecho lo suficiente para que todos me recuerden de manera positiva y lleven mi memoria; si no lo haces tú, al menos hay esperanza con tus hermanas”.
Se ríe de nuevo, pero puedo ver de dónde proviene su miedo. Debe ser difícil aceptar la idea de ser olvidado después de cruzar. Decidir crear una familia fuera de México dejó una brecha enorme en sus relaciones, la decisión lo obligó a empezar de nuevo y formar una nueva identidad en un mondo extraño y con pocas amistades. Recordaré al hombre que eligió ser: un padre devoto, un cuidador cariñoso, un amigo y, por supuesto, un cómico, todo menos un machista mexicano.
Después de hacerle la pregunta, empiezo a preguntarme cómo seré recordado después de que deje esta Tierra. Un pensamiento escalofriante pero del que no puedo escapar. Creo que a todos les gustaría que su memoria se mantuviera eternamente. Pero me lleva a la triste realidad de la experiencia latina en los Estados Unidos hoy. Incluso antes de que COVID-19 comenzara a devastar nuestras comunidades, los latinos ya estaban en desventaja socioeconómica en el panorama estadounidense. Los inmigrantes latinos que continúan intentar buscar refugio son etiquetados como ‘narcotraficantes, criminales y violadores’ por nuestro propio presidente. Y todavía no existe ninguna regulación para evitar lo que paso trágicamente esa noche en el antro Pulse de Orlando que mató a 49 personas. Es aterrador pensar que ser un hombre latino, queer y visible me pone en fuego directo para ser discriminado en los Estados Unidos. Un escenario del que mi madre y mi padre huyeron de América Latina para poder evitar.
La tradición folclórica del Día de los Muertos se está popularizando rápidamente entre los Estados Unidos y el mundo. UNESCO declaró la práctica un punto de preservación cultural internacional. Ya sea que la festividad se celebre debido a la aceptación cultural mundial o debido a la popular película de Disney Coco, quiero creer que por cada calavera de azúcar comprada, la gente está honrando el legado de los latinos en todo el mundo y no simplemente apropiándose de la cultura.
Entonces, antes de pintarte una calavera en la cara y subirla a Instagram, te pido que reflexiones sobre tu relación con la muerte y las formas en que tus antepasados han contribuido a la experiencia Latina. No podemos cambiar el pasado, pero podemos comenzar a dar forma a la visión de cómo queremos ser recordados y construir un mundo más justo e igualitario, libre de discriminación.
¡No olvides votar!
Feliz dia de los muertos, oh, y los Dodgers ganaron la serie mundial 2020.